En un remoto valle del Pirineo aragonés se canta la leyenda de Armugán. Se dice que se dedica a un oficio misterioso y terrible del que nadie quiere hablar. Cuentan que Armugán se desplaza por los valles aferrado al cuerpo de Anchel, su fiel servidor y que ambos comparten el secreto de una labor tan antigua como la vida, tan terrible como la misma muerte.
NOTAS DEL DIRECTOR
En el corazón de Armugán.
Es habitual que la primera pregunta que se plantee en la presentación de una película sea: “¿de dónde surgió la idea para hacer esta película?”. Contestar a esta pregunta supone remitirse a un conjunto de inquietudes que se recogen en mi filmografía y que abarcan cuestiones relativas al concepto de “vida”
En ocasiones precedentes, he tratado de abordar está cuestión desde una perspectiva eminentemente política y no ha sido hasta ahora, que me he atrevido a considerar una aproximación existencial.
Hablar de la muerte como parte de la vida constituye la idea central de Armugán.
He tratado de encarnar el relato capaz de soportar el desarrollo de esta idea, a partir de un personaje inscrito en una realidad cultural cercana, aunque represente, en cierto modo, un símbolo perdido en el recuento de tradiciones extinguidas.
Armugán es un personaje de ficción. No obstante, su figura como icono de una tradición presente en una gran diversidad de pueblos mediterráneos y de la cordillera pirenaica, refleja una tradición que cumple, precisamente, con la noble función de acompañar en el tránsito entre la vida y la muerte.
La antigua sabiduría comunitaria que mantuvo viva la actividad de estos “acabadores”, interpela la tendencia de las sociedades actuales a mantener la fragilidad de la vida y su naturaleza transitoria, lo más alejada posible de nuestras cuitas diarias. Sin embargo, el falso recurso de negarle a la vida su auténtica dimensión contingente, choca de forma obstinada con la verdad de los cuerpos expuestos al implacable acecho de la decadencia, la enfermedad y la muerte.
Hoy más que nunca nos vemos colectivamente urgidos a no demorar el debate bioético sobre cómo merecemos vivir nuestra inevitable relación con la muerte.
Esta película pretende invitarnos a esa reflexión universal y colectiva. Quiere hacerlo enfatizando la belleza y la tradición. La naturaleza y el valor de la aceptación. La conciencia y la libertad de credos. Quiere hacerlo también asumiendo el siempre incomodo acto de señalar hacia ese lugar que preferimos ignorar, a pesar de sus insensatas consecuencias, pues la verdad jamás podrá ocultarse tras una falsa promesa de eternidad.
Armugán es un poema visual sobre ese último viaje que no siempre llega en el momento esperado, ni bajo una lógica que permita contemplarlo como un proceso “natural”. Por ello, naturaleza y espíritu se han querido fundir en un relato de pocas palabras, cargado de gestos y relaciones entre seres pensantes y bestias. Hemos producido símbolos y metáforas en lugar de discursos cerrados. La vida germinada tras el cristal alimentada por el hálito humano, rocas inertes marcadas por señales inequívocas de un pasado remoto, el territorio invisible que envuelve aquello que llamamos “vida”, para hablar de la muerte. Ese diálogo secreto es donde palpita el corazón de Armugán. Donde brota su esencia.
A menudo, quienes trabajamos persiguiendo sueños, intentando atrapar esencias misteriosas y sensibles, despertamos inesperadamente en territorios donde se confunde la ficción con la realidad y viceversa. Acontecimientos de la vida ordinaria contienen crípticos mensajes que desbordan las líneas del guión. En este caso, la muerte de mi padre sacudió lo que debía de ser otra alegoría más. Sin avisarlo, me encontraba frente a frente con la verdad de lo tramado con meras palabras. Sombras enmascaradas alterando lo que hasta ese momento llamaba “mi vida”. Nada parecía real por la profunda sensación de interinidad en la que se había sumido mi percepción de lo cotidiano, las relaciones con el resto de mi familia. Mi forzada posición frente el abismo del más allá. Absolutamente todo amenazaba con resignificarse de forma inmediata y brutal, sin tiempo ni posibilidad de detener aquella fuerza emocional devastadora. A pesar de su despiadado sincronismo, nada de lo vivido en aquel evento podía ser devuelto a la ficción. Mi película debía ser fiel a esa contención con la que me propuse crearla. Debía mantenerse en el nivel de detalle y silencio que me podía permitir especular, antes de sentir, en el propio cuerpo, el vacío insoldable de la muerte de un padre.
Por ello decidí situar la película en un entorno, en un lugar, donde pudiera hablar de la muerte como parte de la vida.
Bioética en la representación cinematográfica.
Durante varias décadas, ocultar la muerte ha tenido que ver con la promoción de un estado de permanente optimismo, adecuado a la atmosfera de consumo y confianza que sostiene la economía y la lógica capitalista.
La naturaleza sin embargo siempre termina imponiéndose. Un virus microscópico puede poner en evidencia toda la narrativa construida para hacernos olvidar la fragilidad de los cuerpos y la transitoriedad de la existencia.
Resulta muy revelador comprobar cómo históricamente se ha expuesto el debate bioético en torno a la muerte digna en la ficción. Desde 1981 con “Whos life is it anyway” basada en el texto teatral de Brian Clarck, hasta las más cercanas “Mar adentro” 2004 de Alejandro Amenabar o “Chronick” 2015 de Michael Franco, el debate se sitúa en colectivos cuya voluntad de morir resultaba comprensible por su condición. Personalmente, considero esta reducción doblemente peligrosa y he tratado de alejarme de ella. Por un lado, en mi trayectoria he trabajado con colectivos afectados por dolencias graves y limitaciones físicas muy severas quienes, sin embargo, reivindican su pleno acceso a la vida. En el otro extremo, en los últimos años hemos asistido a casos como el de Noa Pothoven, una joven físicamente sana, pero moralmente devastada, que reclama el derecho al suicidio asistido.
Ciertamente, el debate bioético en torno a la muerte digna no puede reducirse a un colectivo cuya muerte pueda considerarse “lógica”, “comprensible” o incluso “deseable”. Sabemos que la sombra de la eugenesia planea sobre esas consideraciones y debemos por consiguiente abordar el tema de forma valiente y amplia. Superar el actual punto de partida: “la eutanasia para unos pocos”.
Eso es lo que he tratado de sugerir en el guión de “Armugán”, aún al precio de violentar la poética de un film que podría haberse limitado a plantear lo accesible, en lugar de perturbar su propia lírica y precipitarse hacia dolorosos territorios de difícil trasiego.
De este modo “Armugán” no persigue una verdad unidireccional. La confrontación silenciosa entre “Armugán” y “Anchel” , muestra formas distintas de contemplar la vida, ya sea como un ciclo en permanente transformación, o una realidad inscrita en la temporalidad de un cuerpo y una identidad personal.
Efectivamente existe una dimensión que traspasa los límites de la ciencia en este debate. Es precisamente el territorio que confronta el personaje de Armugán la posición materialista de Anchel. Para Armugán, el oficio de acabador cristaliza “en ese instante en que el amor vence a la muerte”, mientras que para Anchel “la muerte es la cura para la vida”, para una vida convertida en una condena añadiría. La tensión entre esas dos posiciones es la que proyecta y da sentido a esta película.
Sobre la producción.
Una película que habla de la vida debe mantenerse viva durante su escritura, su producción y su montaje. Debe ser sensible y atenta a lo imprevisto. Permeable a las posibilidades que la naturaleza pueda aportar. Al concurso de los animales y los elementos. De la creación , viva, no sometida a los rigores de la industria para cosificar un producto, sino a la delicada confección de una pieza, tal vez imperfecta, pero extraordinaria por su singularidad.
Este era uno de los mayores desafíos para un artesano comprometido con una creación que además persigue captar la belleza del instante, que debe reflejar la cotidianidad de quien mora en la observación de los ciclos de la naturaleza.
Un equipo reducido, joven y comprometido, hizo posible mantener el equilibrio entre la aplicación de una metodología cercana al documental contemplativo, con la producción de ficción.
Es preciso mencionar que la hospitalidad e identificación con la propuesta artística y conceptual del film por parte de los habitantes de la región del Sobrarbe, potenció la integración de nuestra ficción en el territorio e hizo posible los intangibles que deben lucir en este tipo de propuestas.
Jo Sol
Director y guionista
EQUIPO ARTÍSTICO
Como actor ha protagonizado la serie “Trèvols de 4 fulles” de Betevé (premio Zapping a la calidad televisiva 2018 como mejor programa de televisión local), participado en la obra de teatro “Truly yours”, dirigida y creada por el bailarín y coreógrafo Thomas Mettler, y actuado en el festival Grec de Barcelona con la obra “Impromptu para paseantes”, bajo la dirección de Helena Córdoba.
Su trayectoria artística confluye con su activismo en favor de los derechos de las
personas con diversidades funcionales e intelectuales.
Asimismo, ha actuado en producciones cinematográficos dirigidas por Joaquim Jordà, Juanma Bajo Ulloa, Néstor Domènech, Roger Lapuente y Frédéric Berthe. También ha creado piezas de videoarte para Betevé.
De 2014 a 2018, ha formado parte como actriz de la compañía permanente del CDN de Montpellier, bajo la dirección de Rodrigo García.
Cunill cuenta además con una prolífica carrera cinematográfica y televisiva tanto en producciones internacionales (“El Perfume”, “Cargo”, “The Deal”...) como nacionales (“Abuela de Verano”, “Bandolera”, “La Señora”...). Próximamente se estrenará el spin off de “Merlí: Sapere aude”, serie de Movistar + en la que también participa.
Cine
“Occidente” (Jorge Acebo) “Altamira” (Hugh Hudson)
“L’altra Frontera” (Andre Cruz Shiraiwa) “Catalunya Uber Alles” (Ramon Termens) “Amor Idiota” (Ventura Pons)
“Goldfish Game” (Jan Lauwers) “La Carta esférica” (Imanol Uribe) “La Silla” (Julio Wallovits)
“El Perfume” (Tom Twicker)
Por su trabajo en el filme “Incerta Glòria” obtuvo en 2018 el premio Gaudí a mejor actriz principal. Además, también recibió en el año 2000 el Grand Prix de interpretación en el Festival de cine de Montpellier por su papel protagonista en “Tomándo te”.
Cine
“Historias del Kronen” (Montxo Armendáriz) “El domini del sentits” (María Ripoll) “Andrea” (Sergi Casamitjana)
“Un cuerpo en el bosque” (Joaquín Jordà) “Suerte” (Ernesto Telleria)
“Los años bárbaros” (Fernando Colomo) “Saïd” (Lorenzo Soler)
“Sobreviviré” (David Menkes)
“Pensarás mal de mi” (Artur Rodríguez) “Tomándo te” (Isabel Gardela)
“Tiempos de azúcar” (Juan Luis Iborra) “Inconscientes” (Joaquín Oristrell) “Incerta Glòria” (Agustí Villaronga)
CLIPPING PRENSA
La película Armugán recupera la figura del acabador